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Jueves 17 Abril 2025

 
Chloe estaba un poco nerviosa, pues era el día de su Primer Lavatorio de Pies. La pequeña iglesia de Esmirna había resistido las vicisitudes de la historia y, tras dos mil años de historia, era ahora la única iglesia inspirada solo en el Evangelio de Juan de toda la cristiandad.

El día del Primer Lavatorio de Pies era el día en que Chloe participaría plenamente con el resto de la comunidad, en la Eucaristía. No fue un camino fácil. Chloe tuvo que pasar por una preparación muy práctica, con sesiones especiales sobre empatía, respeto, aceptación…

Tuvo que unirse a varios grupos que distribuían comida a personas sin hogar en la gran ciudad, ayudar en un dispensario en una zona marginal, participar y preparar un programa para el empoderamiento de las mujeres y, además, contribuir como voluntaria en un proyecto de concienciación ambiental.

Sentía lo importante que era este momento, la gran acción de gracias, la Eucaristía. Quería hacer presente a Jesús en el servicio, como le recordaban las palabras de consagración, leídas cada domingo. La última acción e instrucción de Jesús durante la Última Cena: Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Saben lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado sus pies, ustedes también deben lavarse los pies los unos a los otros. Porque ejemplo les he dado, para que como yo les he hecho, ustedes también hagan (Juan 13,12-15).

Le gustaba esa lectura. En el servicio y a través del servicio se sentía conectada con Jesús. No se trataba tanto de credos y dogmas. Se trataba de un compromiso con el servicio. ¡Qué hermosa manera de hacer presente a Jesús en el mundo!

Por supuesto, Chloe conocía las otras tradiciones eucarísticas originadas en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Sabía que para ellos el pan y el vino eran el centro del Sacramento. Pero Chloe siempre pensó que la visión de la Eucaristía del Evangelio de Juan, mediante el Lavatorio de los Pies, era tan significativa como la otra, al menos para ella.

Ese domingo, cuando la gente se acercó para el Lavatorio de los Pies, Chloe se emocionó: siete ancianos, al fondo de la iglesia, evitando estar en el centro, empezaron lavando los pies de los siete candidatos, quienes a su vez lavaron los pies de otras siete personas, y estas a otras siete personas más, de modo que todos se lavaron los pies unos a otros, como lo ordenó Jesús en el Evangelio. La Eucaristía tomó su tiempo, como cada domingo en realidad. Para Chloe, sin embargo, fue un momento de compromiso y un momento de alegría. Desde ese día, el servicio se convertiría en una parte central de su vida, ya fuera en la comunidad, en la iglesia o en su familia. Sabía que el servicio era la esencia de su fe. El servicio, reflexionaba Chloe, era la manera de llevar a Jesús a los demás y se sentía preparada para ello.


 

Sábado 12 Abril 2025
 


Iniciamos la Semana Santa escuchando el conocido relato de la entrada de Jesús en Jerusalén, montado en un burro, y aclamado por las multitudes de sus discípulos y seguidores, todos ellos entusiasmados ante la perspectiva de que él fuera a ser reivindicado como el Mesías, por lo que lo vitorean como rey de Israel, hijo de David. La escena, relatada en los cuatro evangelios, ha sido incluso denominada la “entrada triunfal” en Jerusalén, una comprensión sin duda ajena a la voluntad de Jesús, quien siempre intentó evitar que se alimentaran estas expectativas de un liderazgo mesiánico alrededor de su persona.

Los acontecimientos acaecidos en Jerusalén en los siguientes días, que escuchamos también hoy en el relato de la pasión, y que culminarán con su muerte vergonzosa en las afueras de la ciudad dentro de apenas cinco días, son un crudo recuerdo del frágil significado que puede entrañar una muchedumbre entusiasmada: el apoyo de hoy se tornará en breve en decepción, y luego en abierto rechazo, pues Jesús no va a colmar las expectativas del pueblo que anhelaba un líder político que los pudiera guiar hacia una vida más próspera, y convertirlos en una nación poderosa y respetada en su entorno.

El contraste entre el relato de la presunta entrada triunfal a Jerusalén de hoy, ensalzado y aplaudido, y la forma en la que Jesús saldrá de la ciudad cargando el madero de la cruz, burlado y escupido, no puede ser mayor. Solamente un grupo de mujeres se mantendrán a su lado, sabedoras de que el evangelio que Jesús predicó con su vida y sus palabras necesita ser abrazado y entendido en el corazón de las personas, una a una, lejos de las multitudes que solamente proyectan en sus líderes sus propios sueños y ambiciones.

Jesús nunca se dejó engañar por las multitudes que le reclamaban un liderazgo mesiánico para engrandecer su nación, y vaticinó repetidas veces que ellas mismas acabarían demandando su muerte, como de hecho ocurrió. Como seguidores de Jesús haremos bien en evitar la tentación, presente en todas las épocas de la historia, del populismo, y de querernos acomodar a los anhelos de grupos entusiastas de distintos signos políticos y sociales, deseosos de ser liderados para obtener logros en su propio beneficio. El evangelio de Jesús, ayer, hoy, y siempre, es un camino de donación amorosa de la propia vida, que se encarna en el encuentro con el prójimo, lejos de las multitudes y de sus deseos, como así lo vivió el propio Jesús.


 

Viernes 21 Marzo 2025
 


La Cuaresma, este tiempo especial que nos prepara para la Semana Santa, es un tiempo que, entre otras cosas, tiene un componente penitencial. Es bueno, de vez en cuando, revisar la propia vida, las propias actitudes y el modo en que tratamos a los demás, y hacerlo en clave de arrepentimiento. ¿En qué me estoy dejando llevar por el egoísmo y la indiferencia? ¿He herido a las personas con las que convivo? ¿Estoy perdiendo el tiempo en actividades que no ayudan a construir el Reino?
 
No se trata de vivir inmersos en un sentimiento de culpa enfermizo, pero tampoco hay nada malo en mirarnos de vez en cuando en el espejo, con absoluta sinceridad, preguntándonos cómo podríamos mejorar aspectos de nuestro vivir diario que no terminan de estar en sintonía con el Evangelio, o que lo contradicen.
 
Jesús no vino a abrumarnos con el peso de nuestro pecado: de hecho, los evangelios dejan muy claro que vino a liberarnos, entre otras cosas, de los sentimientos de culpa, asegurándonos que por mucho que nos equivoquemos, siempre podremos contar con la misericordia del Padre. Y, sin embargo, también es verdad que en muchas ocasiones Jesús habló con severidad acerca de aquellos que, creyéndose perfectos y santos, eran incapaces de hacer autocrítica y no aceptaban la necesidad de reorientar sus vidas hacia Dios.
 
En una ocasión, mirando con dolor a sus contemporáneos, dijo aquello de que «esta generación es perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás» (Lc 11,29). Es un texto que leíamos el miércoles de la primera semana de Cuaresma. Pues bien, lo curioso de esta afirmación es que Jonás, cuando fue a predicar la conversión a Nínive… ¡no hizo ningún signo! En efecto: ante los ninivitas, Jonás no realizó ningún prodigio. El texto bíblico nos cuenta que cuando finalmente llegó a la gran ciudad (después de haber tratado de escabullirse de la misión que Dios le había encomendado), simplemente «caminó un día entero pregonando: —¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada!». Eso es todo. No apoyó su prédica en ningún gesto llamativo, no acompañó sus palabras con ninguna demostración de poder, o de que Yahvé estaba de su lado. Sencillamente anunció que la paciencia de Dios se estaba agotando… y eso bastó para que los ninivitas hicieran un propósito de enmienda y se convirtieran.
 
Tampoco a nosotros se nos dará más signo que el (no)signo de Jonás. Es decir, que tampoco nosotros deberíamos esperar a que sucediera ningún acontecimiento espectacular e incontestable en nuestras vidas para cambiar aquellas actitudes que nos alejan de Dios. El gran signo que necesitamos para reorientar nuestras vidas hacia el bien ya nos ha sido dado: la predicación de Jesús, el mensaje que nos transmiten los evangelios. ¿Qué más podemos esperar, qué puede ser más definitivo que las palabras del Mesías?
 
Todos podemos caer, a veces, en el autoengaño de decirnos a nosotros mismos que estamos esperando que ocurra algo prodigioso, un signo milagroso, un acontecimiento verdaderamente singular, para iniciar los procesos de cambio que son imprescindibles en nuestras vidas. «Cambiaré», nos decimos, «cuando»… y condicionamos nuestra conversión que sucedan grandes maravillas a nuestro alrededor. En realidad, esperar que se produzcan asombrosos prodigios para entonces empezar a corregir lo que no hacemos bien es una forma de inmovilismo. En esta cuaresma haríamos bien en recordar que no se nos dará más signo que el signo de Jonás: el signo de un hombre anunciando que hay mejores modos de vivir, sin más fuerza que la de su palabra.


 

Viernes 31 Enero 2025
 


En lugar del 4º domingo en el Tiempo Ordinario, este fin de semana estaremos celebrando la Fiesta de la Presentación del Señor—también conocida como la Fiesta de la Candelaria. Este hecho hace que nos perdamos lo que hubiésemos leído en el domingo ordinario, la respuesta de la sinagoga al discurso programático de Jesús. Después de leer la cita de Isaías, después de omitir un verso de la cita donde se anunciaba el día de la venganza de Dios contra los enemigos de Israel y después de un diálogo con la asamblea en la que Jesús dice que no le sorprende no ser profeta en su tierra, Jesús sufrirá el primer conato de violencia contra él: “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo” (Lucas 4:29-29.)
 
El evangelio de la Presentación del Señor rebobina la historia y nos vuelve a situar en la infancia temprana de Jesús. Suena como una historia de las que leemos en Navidad. No en vano, tradicionalmente esta fiesta solía marcar el final de la Navidad. María y José, observantes de la Ley, llevan a Jesús como primer hijo para ser presentado en el Templo. Afloran muchos de los temas de los evangelios navideños: Jesús es llevado al Templo, la institución que lo terminará ejecutando; observamos la reacción de aquellos que encuentran a Jesús—durante la Navidad vimos la reacción de los pastores, de Herodes, de los Magos de Oriente—ahora vemos la reacción de los ancianos Simeón y Ana. Es muy posible que el encuentro de estos ancianos cumpla la misma función que el episodio de la Epifanía cumple en el evangelio de Mateo.
 
Es curioso que esta Ana carga con el mismo nombre que la madre de Samuel. Sin duda, Lucas quiere que sus lectores hagan esta conexión, que los judíos del primer siglo, los primeros que recibieron este evangelio, hubiesen hecho casi automáticamente. Las dos mujeres, ven cómo Dios colma sus esperanzas: recibir un hijo—Samuel—y el Hijo: Jesús.
 
En las palabras de Simeón detectamos una conexión con la reacción de la gente de la sinagoga de Nazaret. Simeón proclama que este niño será “gloria de Israel” pero también “luz para todas las naciones.” La universalidad de Jesús y su mensaje siempre será un problema para los fanáticos nacionalistas—tanto en Nazareth como en lugares que nos caen más cerca. Y a María le dice, “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma.” En la sinagoga Jesús ha empezado a ser “signo de contradicción.”
 
Entender a Jesús como piedra de tropiezo, como signo de contradicción, puede ser un tema fructífero. Y es fácil caer en la tentación de solo entender a Jesús como signo de contradicción contra el “mundo” o “la cultura” de la sociedad. Pero, ¿qué nos diría Jesús a nosotros que nos provocaría una reacción de profundo rechazo? ¿Qué cosas que creemos de forma absoluta pondría en duda Jesús? ¿Qué tipo de retos nos presentaría si se presentara en medio de nuestra asamblea cualquier domingo cómo hizo en el Sabbath en la sinagoga de la tierra que lo vio crecer?
 
En el espíritu de esta fiesta en la que se bendicen velas le pedimos al Señor que siga iluminando nuestras vidas, nuestras contradicciones, y que siga dando luz a todas nuestras oscuridades.


 

Sábado 7 Diciembre 2024


Uno de los «lemas» del Adviento, una de las frases que captura el sentido de este tiempo que iniciamos el pasado domingo, es «Ven, Señor Jesús», sacada del final del libro del Apocalipsis (Ap 22, 20). Es, podríamos decir, una de las oraciones más propias del Adviento.
 
Y, sin embargo, es importante asegurarnos de que entendemos correctamente estas palabras. Porque no son un ruego, ni un reclamo que nosotros le hacemos a Jesús para que venga, como si él, por algún motivo, se resistiera y nosotros tuviésemos que convencerlo de que quisiera venir.
 
«Ven, Señor Jesús» es, en realidad, un ruego dirigido a nosotros mismos: una oración en la que pedimos que de verdad nosotros queramos abrirle las puertas de nuestras vidas y quitar todos los obstáculos que a veces ponemos en medio el camino, barrándole el paso. Obstáculos que ponemos porque, en realidad, nos asusta su venida.
 
¿Y por qué, deberíamos preguntarnos entonces, nos asusta que Jesús realmente llegue? ¿Por qué ponemos resistencias a la venida de Jesús (por mucho que de palabra vayamos repitiendo «Ven, ven…»)?
 
Una posible respuesta es que sabemos, o intuimos, que de un modo u otro Jesús siempre viene a desinstalarnos. Llega a darnos un empujoncito, a instarnos a ir más allá en nuestra generosidad, a salir de las rutinas que nos adormecen la conciencia, a realizar un éxodo, fuera de los territorios que ya conocemos y de nuestras comodidades, hacia la vida más arriesgada del Evangelio. Por eso en el fondo, tal vez inconscientemente, tememos la venida de Jesús.
 
Sería bueno identificar las actitudes que tienden a instalarnos. Revisarlas, comprender que nos empobrecen y rechazarlas. Para, entonces, poder decir a pleno pulmón y con toda sinceridad, en este Adviento y siempre: «¡VEN, SEÑOR JESÚS!»



 

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