Hoy, Domingo de Pascua, celebramos con toda la Iglesia y con inmensa alegría que el sepulcro no era el último capítulo de la historia. Resulta que el anuncio de Jesús se cumplió: “El Hijo del Hombre tiene que sufrir la muerte y, al tercer día, resucitar”. Y el Padre lo resucitó, porque es Dios de la vida y tiene para nosotros la mejor oferta de todas: una vida definitiva con Él, más allá de la muerte.
Hoy celebramos que nosotros, los discípulos de Jesús, también somos gente de vida, y que queremos vivir, aquí en este mundo, preparándonos para la vida definitiva. Pero, ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo vivir la resurrección? ¿Cómo prepararnos día a día para la vida definitiva?
Ensayemos algunas respuestas a esta cuestión:
En primer lugar, nos vamos preparando para la vida definitiva defendiendo que, aquí, todo el mundo (y no solo unos cuantos) puedan disfrutar de una vida plena. Es decir, de una vida digna, libre de opresión y de violencia; disfrutar de una existencia en la que todos puedan desarrollar su creatividad y buscar libremente la felicidad.
Prepararnos para la vida definitiva también implica tomarnos esta vida muy en serio. Vivir no es un juego. Podemos equivocarnos, tomar una senda errada, sin duda a veces lo haremos: pero ¡no pequemos por mediocres! Tomarse la vida en serio es tomar determinaciones, hacer apuestas, intentar llevar a cabo sueños: creer en algo, y creer en ello intensamente.
En tercer lugar, prepararnos para la vida definitiva es intentar vivir aquí los valores de allá: vivir en el día a día los valores del reino de Dios, no como un añadido a nuestras vidas, sino como su centro y eje: el valor de la bondad humilde, de la generosidad solidaria, del trabajo constante por la paz y la justicia, de la sensibilidad hacia los que sufren, de la acogida radical a la verdad que anida en los demás.
La Resurrección es, en definitiva, una invitación muy seria a que vayamos construyendo, aquí, espacios de reino de Dios: hacer de nuestras familias, de nuestro círculo de amigos, de nuestros corazones, una comarca del reino por el que Jesús vivió.
Es la única forma de vivir que vale realmente la pena. Es la vida que nos propuso el profeta de Nazaret, y la vida que su resurrección nos permite anhelar.
¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!