Recientemente el cardenal de Bogotá, Mons. Luis José Rueda Aparicio, junto con sus dos obispos auxiliares (Germán Medina y Alejandro Díaz), realizó una visita pastoral de tres días a la Vicaría Episcopal San Pablo, en el suroriente de la capital colombiana. La Parroquia La Resurrección, que está al cargo de la Comunidad de San Pablo, se halla en esa Vicaría Episcopal.
En el transcurso de la visita se organizó un encuentro del cardenal con jóvenes de la Vicaría, que tuvo lugar en la parroquia La Resurrección. Terminado el encuentro, Mons. Luis José Rueda y sus obispos auxiliares acompañaron a los jóvenes de la parroquia en la Ruta del Aguapanela: estuvieron casi tres horas caminando por el barrio, saludando a los habitantes de calle que se iban encontrando y brindándoles un vaso de aguapanela caliente y un pastel de pollo.
Fue una bonita experiencia, y una hermosa ocasión para que señor cardenal conociera de primera mano la realidad de quienes viven en la calle en este sector de Bogotá, en su mayoría personas que consumen sustancias psicoactivas. Al terminar la Ruta, Monseñor Luis José expresó su satisfacción, señalando que esas actividades son esenciales para que la Iglesia se acerque a quienes más sufren en nuestra sociedad.
Los diversos cursos formativos que tienen lugar en el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito de Bogotá, Colombia (taller de corte y confección, refuerzo escolar, clases de inglés, de dibujo, de guitarra…), ocupan completamente el espacio disponible en este centro. Por ello, en el pasado mes de agosto tomamos la decisión de alquilar un espacio adicional, ubicado en un edificio cercano a la sede original de Casa Garavito, para poder ampliar nuestra oferta formativa.
Para empezar, anunciamos que daríamos inicio a un curso de manicure para personas interesadas en aprender todo lo concerniente al cuidado de las uñas, y se anotaron 54 mujeres. Esta buena respuesta nos dice que se trata de un campo que interesa a mucha gente. La idea, por supuesto, es que una vez terminen el curso, las alumnas puedan ganarse unos recursos ofreciendo, en sus casas o en tiendas dedicadas a ello, cuidado de las uñas a quien lo desee.
Las clases de manicure en el nuevo espacio (que hemos llamado “Casa Garavito – Sede B”) iniciaron la primera semana de septiembre, con una profesora muy dedicada a su labor. Por ahora, las estudiantes están felices y agradecidas con todo lo que ya van aprendiendo. Estamos convencidos de que dar oportunidades formativas a la gente, que además luego tengan una proyección laboral, sigue siendo la mejor forma de ayudar al desarrollo de estos sectores marginales del sur de Bogotá.
A mediados del año pasado iniciamos un nuevo proyecto en la parroquia La Resurrección de Bogotá: el último jueves de cada mes preparamos, con un grupo de voluntarios, unos sesenta sándwiches, llenamos varios termos con aguapanela (agua caliente endulzada con panela de caña de azúcar) y salimos, de noche, a caminar por el barrio. A medida que nos vamos encontrando con habitantes de la calle y personas sin hogar que pasan la noche en la intemperie, les ofrecemos un vaso caliente de aguapanela y un sándwich, y dialogamos un rato con ellos. La mayoría son personas drogodependientes que han caído en el consumo de substancias psicoactivas, y esa es una de las razones por las que han terminado viviendo en la calle. Llamamos a esta iniciativa “la ruta del aguapanela”.
Nuestra tarea es, sencillamente, ir al encuentro de los habitantes de calle, ofrecerles el mínimo consuelo que representa un poco de comida y un saludo, y, con el tiempo, tal vez (en algunos casos en que la amistad creada lo permita) proponer un itinerario de rehabilitación, para aquellos que lo pidan.
La mayoría de los voluntarios que participan de esta actividad son adolescentes y jóvenes de la parroquia, y no hay duda de que esta iniciativa también tiene un componente educativo y pedagógico para ellos: se dan cuenta de la realidad de sus barrios, y pueden ver de primera mano los efectos devastadores que tienen las drogas en aquellos que caen presos de su hechizo.
Cada primer jueves, cuando terminamos la Ruta, estamos cansados: han sido dos o tres horas de subir y bajar por las calles empinadas de estos barrios del sur de Bogotá, cargando bolsas con comida y termos, con frío, a veces con lluvia… y, sin embargo, cada mes, el ambiente entre los que hemos compartido esta experiencia es fraterno y alegre: nadie se queja. Al contrario, hay una satisfacción sincera por haber invertido un poquito de nuestro tiempo acercándonos a los más marginados, a personas que para muchos no cuentan, y haber tratado de ser un signo de la presencia de la misericordia de Dios para ellos, así sea con un simple vasito de aguapanela caliente.
«P. Mike, ¿puedes venir a la oficina? Hay una madre aquí con su hija, que dice que no sabe a dónde más ir. Está bastante desesperada», decía el mensaje que recibí del secretario parroquial.
Fui a la oficina parroquial y me encontré con una mujer sentada, claramente alterada. «Lo siento padre, no sabía a dónde más ir. ¡Por favor ayúdela! ¡Dígale que Dios la ama!» Le pedí que tomara aliento y que me explicara la situación.
Su hija de 20 años, “Isabel”, había sido dada de alta el día antes del hospital psiquiátrico, después de estar allí un mes. La habían admitido después de haber hecho varios intentos de quitarse la vida. Le recetaron una larga lista de medicamentos fuertes. Esa misma mañana, habían ido a una clínica para hacer citas de seguimiento. Pudo concertar una cita breve con un psicólogo, pero le dijeron que no podría ver a un psiquiatra hasta al cabo tres meses.
Isabel ya no quería salir del hospital, y ahora se habían confirmado sus temores: pensó que sería demasiado difícil sobrevivir fuera de la seguridad del hospital. No sé qué les dijo a su madre y su padre (él estaba esperando con Isabel en el coche), pero tuvo el efecto de que vinieran a la parroquia desesperados, por sugerencia de una vecina.
«Por supuesto, hablaré con ella, si quiere hablar conmigo», respondí. Y le expliqué a la madre que, de hecho, nosotros como parroquia (a través de la CSP) ofrecemos servicios gratuitos de acompañamiento psicológico. «Sharoll, una de las psicólogas, está hoy aquí. Creo que sería bueno que Isabel hablara también con ella».
Resultó que la madre no tenía ni idea de que ofrecíamos servicios psicológicos. Y cuando dije que, considerando las circunstancias, Isabel podría ver a Sharoll tan pronto como Sharoll terminara su sesión con un paciente, el tono de la madre cambió, convirtiéndose en una mezcla de sorpresa y alivio. «No me lo puedo creer. Esta debe ser la voluntad de Dios. ¡Nunca me imaginé que Isabel pudiera hablar con un sacerdote y una psicóloga!»
Acordamos que Isabel entraría a hablar conmigo hasta que Sharoll estuviera disponible. Su madre la trajo, y era obvio que la joven no estaba bien. Iba más abrigada de lo necesario para el frío de la tarde. Entre su sudadera con capucha y la mascarilla, pude distinguir sus ojos agobiados mientras se negaban a mirar hacia arriba. Solo hablaría conmigo, dijo, si su madre también estaba presente.
Mientras nos sentábamos, Isabel dejó en claro que hablar conmigo había sido idea de su madre. Ella pensaba que era demasiado tarde. Quizás fue esta sensación de no tener nada que perder lo que hizo que entonces se abriera tanto: explicó que no se sentía cómoda estando sola con un hombre porque a los cuatro años había sido abusada (sus padres se enteraron años después). Aseguró que un tiempo atrás ella era «muy normal», y que tenía amigos, era feliz e incluso empezó los estudios universitarios. Pero la pandemia la llevó a estar demasiado sola, y comenzó a recordar cosas de su pasado y sintió que la oscuridad que la envolvía era insoportable. «He intentado huir de esta oscuridad, pero no sirve de nada. He terminado. Me siento mal por herir a mis padres, y lo tristes que se pondrán...» Con una fuerza increíble, la madre de Isabel dejó que su hija hablase, sin interrumpirla.
Sharoll terminó con su cita y vino a buscar a Isabel. Pasé un rato más hablando con la madre, que luego salió a esperar a su hija al lado de su esposo.
Cuando pienso en la madre de Isabel acercándose desde la desesperación en busca de ayuda y de un poco de esperanza, me viene a la memoria la mujer con pérdidas de sangre de los evangelios sinópticos. Había estado enferma y sufriendo durante doce años: Lucas asegura que “nadie” podía curarla (Lc 8, 43). Marcos es aún más negativo, al afirmar que la pobre “había sufrido mucho a manos de muchos médicos”, dejándola arruinada y peor que antes (Mc 5, 26). A menudo se la representa en el suelo, extendiendo la mano desesperadamente para tocar el manto de Jesús. Del mismo modo, la madre de Isabel pudo haber pensado: si la llevo a la iglesia, tal vez se sanará.
A raíz de haber empezado a ofrecer servicios de acompañamiento psicológico hemos comprendido mejor la desesperación que enfrentan, en nuestro contexto, muchas personas con respecto a su salud mental o la de un ser querido. Como en tantas partes del mundo, el acceso a la atención de salud mental es en Bogotá muy limitado, especialmente para familias y personas de bajos recursos. Esteban, un joven que visita regularmente a Sharoll, me explicó que tenía que esperar varios meses entre sus citas, que estas eran de apenas quince minutos, y no con el mismo psicólogo. La espera de tres meses para que alguien como Isabel vea al psiquiatra es típica, incluso cuando se trata de un paciente recién dado de alta del hospital psiquiátrico.
Es precisamente por eso que nosotros, como Comunidad de San Pablo, comenzamos a ofrecer estos servicios en 2020, y los ampliamos a principios de 2021. Para la mayoría de los que vienen, es la primera vez que pueden buscar y recibir apoyo para su salud mental. Como la mujer de los Evangelios e Isabel y su madre, se acercan y encuentran esperanza.
Quizás se pregunten acerca de Isabel. Me alegra poder decir que no se parece en nada a aquella chica que conocí en la oficina. Como dice Sharoll, «ha cambiado como de la noche al día». Sus sesiones la ayudaron a salir adelante, hasta que finalmente pudo ver al psiquiatra y a un psicólogo a través del sistema público. Ahora está tan bien que Isabel solo ve a Sharoll cuando pasa a saludarla, para charlar de su amor por los animales… y ha vuelto a estudiar.
Si desean conocer más detalles acerca de nuestro programa de acompañamiento psicológico, puede ver nuestro video en:
https://www.youtube.com/watch?v=3m2t1-M-28s
El día 12 de octubre, después de varios meses de preparativos, abrimos al público un consultorio odontológico en el barrio El Pesebre de Bogotá. Se trata de una nueva iniciativa de la Comunidad de San Pablo en Colombia, que pretende ofrecer servicios de odontología a bajo coste para las personas de los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre, donde trabajamos en el marco de la parroquia La Resurrección.
El nuevo consultorio dental se suma a otras iniciativas que ya veníamos llevando a cabo en el campo de la salud: la labor de una enfermera que realiza visitas a domicilio y la de dos psicólogas que ofrecen acompañamiento psicológico varios días por semana.
Por ahora, el consultorio abrirá los martes y los jueves. La odontóloga que hemos contratado es una persona con muchos años de experiencia en el campo, que además comprende la vocación de servicio de este consultorio en particular.
La población de nuestros barrios (en los que hasta ahora solo había una pequeña clínica dental, privada) ha acogido con mucha alegría y agradecimiento esta nueva iniciativa. Esperemos que el consultorio sea un signo más de la labor de la Iglesia en estos sectores vulnerables de Bogotá, dirigida a dignificar la vida de sus habitantes.
Hace unas semanas los miembros de la Comunidad de San Pablo que vivimos y trabajamos en Bogotá nos vimos involucrados en una situación complicada que, afortunadamente, se resolvió de forma satisfactoria, y nos dejó varias enseñanzas.
Un jueves al mediodía, aparecieron en el barrio La Resurrección un centenar de jóvenes pertenecientes al movimiento de protesta antigubernamental Primera Línea, que desde hace varios meses están en las calles de Bogotá y de otras ciudades del país liderando las marchas en contra de varias medidas del gobierno, y exigiendo cambios profundos en el modelo político colombiano.
Un vecino del barrio les había ofrecido un solar de su propiedad (ubicado a una manzana de la parroquia) para que pudieran acampar allá, puesto que estaban siendo desalojados de todos los sitios donde pretendían quedarse, en otras partes de la ciudad. Los muchachos llegaron con varios heridos (causados en sus choques con la policía), alguno de cierta gravedad. Enseguida ocurrió lo previsible: los vecinos de la calle donde los recién llegados pretendían quedarse se opusieron con firmeza a la idea, y empezaron las tensiones, los insultos, los conatos de violencia. Los medios de comunicación han venido narrando el vandalismo que en algunas ocasiones ha acompañado a las protestas, y esto puso al vecindario en contra de la idea de albergar en su barrio a los manifestantes.
Nosotros, al saber lo que estaba ocurriendo, fuimos hasta el lugar y ofrecimos un salón de la parroquia para atender a los heridos. Luego acordamos establecer una mesa de diálogo entre vecinos y manifestantes para apaciguar los ánimos y evitar toda violencia. Pusimos las instalaciones de la parroquia a disposición de dicha mesa, en la que nosotros, como personas neutrales, ejerceríamos de moderadores y de garantes del diálogo. Estuvimos sentados desde las tres de la tarde hasta pasadas las ocho de la noche: los muchachos de Primera Línea, varios miembros de la Junta de Acción Comunal local, personal de la alcaldía, agentes de la policía, representantes de organizaciones de Derechos Humanos…
Fue un ejercicio de paciencia y de escucha, dirigido a alcanzar un acuerdo satisfactorio para todos. Cuando subía la tensión proponíamos hacer un descanso y servíamos un tentempié, y los mismos jóvenes de Primera Línea dijeron que era la primera vez que se tomaban una taza de café (para lo que fue obligatorio que todo el mundo se quitara las capuchas y los tapabocas, mostrando sus caras) con la policía. Hacia las siete de la noche la situación parecía haberse estancado. Llegó la alcaldesa de la localidad Rafael Uribe Uribe (la sección de Bogotá a la que pertenece el barrio La Resurrección), e informó de que no había nada a dialogar: los chicos de la protesta se tenían que ir sin más dilación. De lo contrario, serían desalojados a la fuerza por la policía. Ellos pedían quedarse acampados por una noche en el espacio verde que hay al lado de la parroquia, para descansar y permanecer cerca de sus heridos, y prometían irse al día siguiente. La alcaldesa se oponía: tenía órdenes estrictas de no ofrecerles ningún predio público (y el terreno donde querían pernoctar es espacio público). Ellos, inflexibles: no se pensaban marchar por nada del mundo. Y los policías decían que ellos no eran partidarios de ejercer la violencia, pero que, si recibían órdenes de desalojar la zona, lo harían usando los medios que fuesen necesarios. Mientras el diálogo se enrocaba, de la calle nos iban llegando informes de que allí la situación se estaba tensionando y amenazaba con desbordarse. Alguien estaba recorriendo el barrio con un megáfono, haciendo una llamada a los vecinos a salir de sus casas y organizarse para expulsar a los intrusos. Y empezamos a recibir también informaciones de que corrían por el barrio y por las redes sociales noticias falsas, que nos comprometían: que si habíamos ofrecido el templo parroquial para que los de la protesta pasaran allí la noche, que si estábamos negociando que se quedasen seis meses en el barrio… De repente, la alcaldesa dijo que acaba de recibir en su teléfono una comunicación según la cual el descampado al lado de la iglesia no era espacio público, sino que pertenecía a la Junta de Acción Comunal. A la luz de este nuevo dato, la vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal dijo que ellos permitirían a los jóvenes quedarse allí por una noche. Se había llegado a una solución. Nos pidieron que nosotros, como representantes de la Iglesia, saliéramos a la calle para informar a los vecinos y a los jóvenes del acuerdo alcanzado. Inmediatamente instalamos un sistema de sonido en la plazoleta que hay frente a la parroquia, salimos, y bajo la lluvia de la noche, explicamos el acuerdo alcanzado, y los vecinos se fueron dispersando…
La noche fue tranquila, sin altercados. A la mañana siguiente los manifestantes cumplieron su palabra y se marcharon, después de dormir en sus improvisadas tiendas de campaña bajo una lluvia persistente que no paró de caer hasta el amanecer. Dejaron el mirador completamente recogido, sin un solo resto de basura.
Fue una experiencia que, a pesar de su carácter inesperado y a ratos angustiante, nos permitió experimentar de primera mano el papel de mediación que la Iglesia puede ejercer en situaciones de conflicto social, trabajando para que partes enfrentadas se escuchen, dialoguen, traten de comprender la posición contraria y, dejando de lado las emociones y los prejuicios, se logre lo más importante: evitar la violencia.
Actualmente vivo y trabajo con el P. Martí Colom (compañero de la CSP) en la Parroquia La Resurrección de Bogotá, Colombia. La parroquia atiende tres barrios de clase trabajadora, en el sur de la ciudad. De los seis estratos socioeconómicos en los que se divide Bogotá, nuestra área es el Estado 2, "Bajo".
Cuando llegué a la parroquia en octubre del año pasado, Martí me dijo que muchos de los feligreses habían sufrido muchísimo, económicamente hablando, por la pandemia y que era duro ver venir a tantas personas a pedir comida, que antes jamás lo habían hecho.
La observación de Martí fue confirmada recientemente por datos publicados por el gobierno colombiano. El Departamento Administrativo Nacional de Estadística (“DANE”) publicó un informe llamativo y preocupante sobre el crecimiento de la pobreza en el país durante 2020.[1] Se centra en lo que denomina “Pobreza Monetaria”, basándose en los ingresos de un hogar. Aunque esto solo representa una métrica, los datos del informe sirven para mostrar cómo la situación de la pobreza en Bogotá empeoró mucho durante el primer año de la pandemia de la COVID-19, especialmente con respecto a aquellos que pasaron de ser “pobres” a “extremadamente pobres”.
La medida básica que establece las líneas de pobreza y pobreza extrema se calcula con valores monetarios utilizando el ingreso del hogar, per cápita y el costo de una “canasta básica de alimentos”.[2] La definición de la línea de pobreza extrema se centra en la estimación del costo de mantener del consumo diario de 2.100 calorías por persona. Y el valor establecido para la línea de pobreza incluye la estimación de algunas otras necesidades y servicios básicos. Ambos valores están ajustados por el costo de vida en las diferentes áreas del país.
Para el país en su totalidad, el informe del DANE calculó la línea de pobreza en alrededor de $ 90 USD, por persona, por mes.[3] Es importante recordar que esto es per cápita, lo que significa que es la suma del ingreso total de un hogar, dividido por el número de personas que viven en él. Por ejemplo, en un hogar de cinco, donde ambos adultos trabajan y cada uno gana $200 por mes, por un total de $400, el ingreso per cápita del hogar es de $80 y, por lo tanto, ese hogar cae por debajo de la línea de pobreza. Debido al mayor costo de vida en la ciudad capital, la línea de pobreza se fijó en Bogotá en $123 USD por persona, que es un poco más de $492 USD para una familia de cuatro, por mes.[4]
El informe define la pobreza extrema para los que viven en Bogotá como los que viven por mes con $48 USD por persona, o $192 USD para una familia de cuatro.[5] Para tener contexto, el salario mínimo legal establecido por el gobierno en 2020 fue de $ 237 por mes.[6] Eso significa que, en un hogar de dos personas, en Bogotá, si una de ellas trabaja y gana un salario mínimo, esa familia ya está por debajo de la línea de pobreza. Y en el caso de un hogar de cinco, con una persona que gana el salario mínimo, se les considera extremadamente pobres.
Habiendo visto cómo las líneas de pobreza son definidas por el DANE, veamos ahora cuántas personas fueron identificadas como pobres o extremadamente pobres por el gobierno en 2020, en comparación con 2019.
Comparando 2020 con 2019, según el DANE, hubo un aumento de 6.8% más de la población por debajo de la línea de pobreza (desde 35.7% hasta 42.5%). En cuanto a la pobreza extrema, un 5,5% más de la población se encontraba por debajo de la línea establecida (del 9,6% al 15,1%). Eso significa que, a nivel nacional, comparando 2020 con 2019, hubo 3.5 millones más de personas que cayeron por debajo de la línea de pobreza y 2.8 millones más que ingresaron en la pobreza extrema. Según estos números, en 2020 se consideraba más de 21 millones de personas en Colombia como pobres, y de estos, más de 7,5 millones eran extremadamente pobres, que significa que tienen apenas para comer.
Del aumento en el número de pobres del país en 2020, casi un tercio fue en Bogotá (31,3%). Según el DANE había 2.246.851 personas viviendo por debajo de la línea de pobreza en Bogotá en 2019, y en 2020 hubo un aumento de 1.110.734 más. ¡Eso representa un aumento del 49,4% en solo un año! El crecimiento de la población en la ciudad no puede explicar un aumento tan grande.
Los datos son más dramáticos cuando miramos a la población que cae por debajo de la línea de pobreza extrema. Según el DANE, en 2019 había 344,591 personas en Bogotá viviendo en extrema pobreza. En 2020, hubo 1.108.836. ¡Es decir, un aumento de 764,245 personas más, o 222%! Utilizando la población estimada en 2020 de la ciudad de 10,978,000, esto significa que más del 10% de las personas que viven en Bogotá se definen como extremadamente pobres.[7]
Gran parte del aumento de los identificados como extremadamente pobres son seguramente (pero no necesariamente) aquellos que han pasado de pobres a extremadamente pobres. El informe del DANE identifica evidencia anecdótica de muchos hogares que pasaron de tener ingresos limitados a ningún ingreso en su totalidad. Esto es representativo de muchas de las familias de la Parroquia La Resurrección. Antes eran "pobres", pero ahora están luchando por tener suficiente para comer.
De hecho, si comparamos el aumento de los considerados extremadamente pobres en Bogotá con el total del país, vemos que los bogotanos se han visto particularmente afectados por la pandemia. Bogotá representa el 27,5% del aumento de los considerados extremadamente pobres en el país. Pero lo que es particularmente revelador es ver cómo el aumento en Bogotá se compara con el aumento en el país. A nivel nacional, el número total de personas consideradas extremadamente pobres aumentó en un 59,3%, un dato que es en sí sobrecogedor y doloroso. Sin embargo, cuando se compara con el aumento del 222% de los considerados extremadamente pobres en Bogotá, muestra que las familias de menores ingresos de la ciudad capital se han visto especialmente afectadas por las consecuencias económicas de la pandemia.
Este aumento de la pobreza ha provocado un aumento de la desigualdad dentro de Colombia. Una de las medidas de desigualdad dentro de una población también considera los ingresos. El estándar internacional utilizado para esto es un índice denominado el coeficiente de Gini. Un coeficiente de Gini del 0% representa la igualdad perfecta de ingresos, hipotética, dentro de una población. Todo lo que esté por encima de 0% representa qué tan lejos está una población de esta igualdad de ingresos. El DANE informa que el coeficiente de Gini para Colombia fue del 54,4% en 2020, un salto significativo de solo un año desde el 52,6% en 2019.[8] Esto posiblemente sitúe Colombia en el nivel más alto de América Latina de la desigualdad de ingreso, y sin duda es uno de los más altos del mundo.[9] Para darnos un poco de contexto, podemos compararlo con las estimaciones del Banco Mundial para EE. UU. En 2018 con un coeficiente del 41,4%, República Dominicana en 2019 con un coeficiente del 41,9% o España con un 34,7% en 2018.
En resumen, los datos oficiales del gobierno colombiano confirman lo que hemos visto y escuchado de nuestros feligreses con respecto a sus estrecheces económicas como resultado de la pandemia. También sirve para entender la situación actual del país, que ahora lleva más de dos semanas con protestas, en las que se exige al gobierno una gama de reformas fundamentales. Algunos de los números el reporte del DANE son hombres, mujeres y niños que conocemos por su nombre aquí en La Resurrección. Son familias que acuden a nuestra puerta a pedir comida, y que ofrecen intenciones en nuestras misas por un empleo digno. A través de la parroquia y los programas de CSP, hacemos lo que podemos para ayudarles y brindarles esperanza en estos tiempos difíciles. Y nos unimos a nuestros feligreses en sus oraciones por el empleo y más oportunidades que les permitan romper los ciclos de la pobreza. Colombia tiene por delante un largo camino para lograr la recuperación de su economía. Que sea, también, el camino hacia un futuro más justo y pacífico.
[1] DANE. 29 abril de 2021. Pobreza Monetaria en Colombia: Resultados 2020. https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/condiciones_vida/pobreza/2020/Presentacion-pobreza-monetaria_2020.pdf. https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/condiciones_vida/pobreza/2020/Comunicado-pobreza-monetaria_2020.pdf. Last accessed 11 May 2021.
[2] El concepto de “canasta básica” de alimentos para sostener a una familia es una media común para calcular la línea de pobreza. El DANE utiliza la definición de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), de la ONU.
[3] $331,688 pesos Colombianos (COP) per capita. Para nuestro propósito acá, utilizo un promedio del cambio del 2020 de 3,700 COP a 1 USD.
[4] $455,030 COP, por persona, por mes.
[5] $178,607 COP, por persona.
[6]$877,803 COP. No incluyo acá la cantidad extra para el transporte, porque hasta si aplicara en un supuesto caso, se supone que sería gastado en el trasporte del empleado, y no contar como entrada en el hogar. Del Decreto No. 2360 del 2019.
[7] Hay hasta un 20% de la ciudad que se considera “pobre”, con un total de casi 31% de su población que se encuentra debajo de la línea de pobreza.
[8] Según el Banco Mundial, en términos del coeficiente de Gini, Colombia llegó a su punto más desigual con un 58.7% in 2000 y menos desigual en 2017 con un 49.7%. El Banco Mundial calculó Colombia con un 51.3% en el 2019, lo cual significaría un salto aún más drástico en el 2020.
[9] Utilizo los datos más reciente del Banco Mundial, que todavía no muestra en el efecto de la pandemia. https://data.worldbank.org/indicator/SI.POV.GINI.
Recientemente, las mujeres que aprendieron a coser con máquinas industriales en el centro de desarrollo comunitario Casa Garavito de la CSP en Bogotá han conseguido un nuevo contrato de trabajo. Cada semana deben producir 250 batas desechables para el personal de una empresa de salud, para los agentes que realizan pruebas de Covid en la capital colombiana. En medio de las innumerables dificultades y sufrimiento que la pandemia está causando a tantas personas, este contrato es un alivio para las mujeres de nuestro centro y para sus familias, además de ser un modo concreto de colaborar en la lucha contra el coronavirus. Lo explicamos en el siguiente video.
https://www.youtube.com/watch?v=lEJsqIjJwRg&feature=youtu.be
Con la llegada a Colombia del P. Michael Wolfe para trabajar en la parroquia La Resurrección
A mediados del pasado mes de octubre el P. Michael Wolfe se trasladó de la República Dominicana (donde terminó su labor como párroco de La Sagrada Familia de Sabana Yegua) a Bogotá, Colombia. Mike, sacerdote de la Arquidiócesis de Milwaukee y miembro de la Comunidad de San Pablo, llega a Bogotá para trabajar en la parroquia La Resurrección, del sur de la capital colombiana, junto con el P. Martí Colom. La CSP ha estado presente en La Resurrección desde 2016.
Ahora, con la llegada de Mike, la presencia de dos sacerdotes ayudará desarrollar mejor las tareas pastorales y de promoción humana que hemos venido llevando a cabo en los tres barrios que conforman el territorio parroquial, y que incluyen la celebración de los sacramentos en los tres centros de culto que tiene la parroquia, la organización de la pastoral y también los diversos proyectos sociales que se realizan en “Casa Garavito”, el centro de desarrollo comunitario de la CSP en el barrio El Pesebre.
La Comunidad de San Pablo amplía los programas que desarrolla en Bogotá con los servicios de una psicóloga
Desde principios del pasado mes de julio, el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito de la Comunidad de San Pablo del barrio El Pesebre de Bogotá (Colombia), cuenta con la ayuda de una psicóloga que una vez por semana, los martes, atiende de forma voluntaria a personas que lo desean.
Este nuevo programa ha sido muy bien acogido por los vecinos de El Pesebre y de Granjas de San Pablo (el barrio colindante con El Pesebre). De hecho, a los pocos días de anunciar a la comunidad que la psicóloga empezaría su labor ya se le había llenado la agenda de citas con adultos, jóvenes, niños y familias que enseguida mostraron interés en verla.
Para mucha gente de estos barrios populares no es nada fácil obtener acompañamiento psicológico, debido a los elevados costes del mismo y al deficiente sistema de salud del país. Consecuentemente, tener ahora en el mismo barrio una profesional que de forma gratuita atiende a los que se lo piden para ofrecerles su tiempo de escucha y orientación es, aparte de una novedad, una muy buena noticia para todos.
Con el comienzo del curso escolar han arrancado los diversos programas educativos de la Comunidad de San Pablo en el centro de desarrollo comunitario Casa Garavito de Bogotá
En Colombia el calendario escolar va de febrero a noviembre, de modo que las vacaciones más largas de los estudiantes, que en otros países son en julio y agosto, aquí tienen lugar en diciembre y enero. Con el inicio del curso académico en los colegios y universidades de todo el país, también hemos dado inicio a los diversos programas educativos que funcionan en el Centro de Desarrollo Comunitario Casa Garavito, que la Comunidad de San Pablo tiene en el barrio El Pesebre del sur de Bogotá.
Este año hemos abierto dos grupos de estudiantes nuevos en el taller de Corte y Confección. Sumando las personas que se han inscrito para empezar de cero y las que siguen su formación del año anterior, ya son 50 (en su gran mayoría mujeres, aunque también las acompañan algunos hombres) las que participan de estos cursos.
El primer sábado de febrero ya dio inicio, también, la educación para el grupo de adultos mayores del barrio que han venido recibiendo clases de cultura general desde el 2017. Nos alegra mucho poder informar que este año se han añadido varios estudiantes nuevos a este programa, siendo hoy casi veinte los abuelos y abuelas que se reúnen, bolígrafo y papel en mano, todos los sábados en casa Garavito.
También las clases de guitarra para niños y jóvenes han comenzado a buen ritmo (nunca mejor dicho). Por otro lado, estamos inscribiendo niños de 6 a 15 años para un nuevo programa, en este caso de clases de Inglés Básico, que empezará en abril. Este será, sin duda, un buen complemento al resto de programas, y mucha gente ha mostrado interés en él.
Desde Casa Garavito (que también acoge programas pastorales de la parroquia La Resurrección, como un taller bíblico semanal y un grupo juvenil) seguimos coordinando nuestro programa de becas universitarias. En 2019 estaremos colaborando a 22 estudiantes del barrio, para que con nuestra asistencia puedan continuar sus estudios universitarios.
Finalmente, una iniciativa nueva de la Comunidad de San Pablo en Bogotá para este 2019 es que hemos dado inicio a una colaboración con una fundación local (“Solidaridad, Fuerza de lo Pequeño”) que desde hace años atiende a personas con discapacidad del barrio La Resurrección. La ayuda de la Comunidad de San Pablo permite que estos jóvenes y adultos discapacitados cuenten con actividades organizadas para ellos tres días por semana. Nos alegra sobremanera poder poner nuestro granito de arena también para su bienestar y desarrollo personal.
Alumnas del curso de costura promovido por la Comunidad de San Pablo en Bogotá organizan una exposición con prendas de vestir confeccionadas por ellas
El pasado 5 de agosto tuvo lugar en la parroquia La Resurrección, del sur de Bogotá (Colombia), la primera exposición de prendas de vestir confeccionadas por las mujeres del taller de Corte y Confección que la Comunidad de San Pablo estableció hace un año en el barrio El Pesebre. La exposición fue una experiencia muy positiva, tanto para las mujeres que forman parte del proyecto, que pudieron dar a conocer su trabajo, como para la comunidad parroquial, que tuvo la oportunidad de apreciar los frutos del taller. Varias personas, al ver la buena calidad de las prendas expuestas, les encargaron vestidos, blusas y chaquetas.
Esta exposición se ha podido llevar a cabo gracias a la constancia y el empeño del grupo de mujeres que después de un año entero de formación llegan ahora al final de la primera etapa. Y ya están muy ilusionadas con la siguiente: establecer una cooperativa productiva mediante la cual el aprendizaje recibido pueda redundar en beneficios directos para sus familias. A todas las participantes en nuestro centro de costura, les queremos decir: ¡muchas felicidades, y mucho ánimo para seguir adelante!
Treinta niños y adolescentes se inscriben a las clases de música que la CSP inicia en el barrio El Pesebre de Bogotá
El Centro de Desarrollo Comunitario “Casa Garavito”, que inauguramos el pasado mes de abril en el barrio El Pesebre de Bogotá, ya funciona a buen ritmo. La última iniciativa a la que hemos dado inicio en las instalaciones de dicho centro (además de los cursos de costura para mujeres, clases de formación para el adulto mayor, biblioteca, reuniones de un grupo juvenil y un taller semanal de Biblia) ha sido un curso de guitarra para niños y jóvenes del barrio.
Anunciamos esta nueva actividad por el barrio y en pocos días se inscribieron treinta niños (de 10 años para arriba, aunque se nos “coló” alguno de 8 y de 9) y adolescentes. Los dividimos en dos grupos, y las clases se han venido desarrollando sin problemas desde mediados de junio, todos los sábados. Por el momento, los futuros guitarristas están entusiasmados con lo que van aprendiendo, y Manuel, el instructor, nos asegura que los alumnos van progresando con ilusión.
No cabe duda de que la música ejerce un atractivo muy especial en nosotros, tal vez especialmente en los jóvenes. En este sentido, nos alegra poder ofrecer un servicio como este en un barrio donde las oportunidades para aprender a tocar un instrumento son, hoy por hoy, muy escasas.
El domingo 15 de abril tuvo lugar la inauguración y bendición del nuevo Centro de Desarrollo Comunitario que la Comunidad de San Pablo ha establecido en el barrio El Pesebre de Bogotá (Colombia).
Dicho Centro de Desarrollo Comunitario ha sido bautizado como “Casa Garavito”, en recuerdo de Mons. Alfonso Garavito Rodríguez, sacerdote de Bogotá que desde mediados de los años 60 hasta su fallecimiento en 2006 ejerció su ministerio, con dedicación ejemplar, en el sur de Bogotá. Durante un tiempo, él mismo residió en la casa que, ahora, la CSP ha arrendado y arreglado para destinarla a fines pastorales.
En los locales del Centro ya funciona desde hace varias semanas el Taller de Capacitación en Corte y Confección establecido por la CSP, en el que actualmente se están formado 30 mujeres. Pronto trasladaremos allá también las clases que ofrecemos a un grupo de adultos mayores del barrio, además de tener allí una pequeña biblioteca, clases de refuerzo escolar y catequesis para niños y jóvenes.
Para la bendición de los locales contamos con la presencia del Vicario Episcopal Mons. Alberto Forero Castro, de la Vicaría San Pablo, en cuyo territorio está el barrio El Pesebre. Un buen número de vecinos y miembros de la comunidad local participaron en la sencilla celebración.
Es nuestro deseo que el nuevo Centro de Desarrollo Comunitario “Casa Garavito” contribuya al bienestar del sector de Bogotá donde se ubica, convirtiéndose en un lugar donde muchas personas puedan capacitarse para enfrentar, con las herramientas adecuadas, los muchos retos que la vida les plantea.
La Comunidad de San Pablo ha establecido un taller de corte y confección en el barrio Granjas de San Pablo de Bogotá, Colombia
Como ampliación del trabajo pastoral y de promoción humana que la CSP está desarrollando en el sur de Bogotá, hemos dado inicio a un nuevo proyecto: el establecimiento de un taller de capacitación para mujeres en el que se les ofrecen clases de corte y confección.
Después de varias reuniones con mujeres del barrio interesadas en poderse formar en algún campo que en el futuro les diera la posibilidad de obtener ingresos para sus familias, decidimos que la mejor opción era la costura. Una vez tomada esta decisión nos pusimos a buscar la persona que pudiese dar el curso, y tuvimos la fortuna de encontrar a una profesora que lleva más de veinte años impartiendo cursos de corte y confección en distintas instituciones de Bogotá y que estaba dispuesta a ofrecer sus servicios. Seguidamente pudimos adquirir nueve máquinas industriales de coser (cuatro máquinas planas, tres fileteadoras y dos de collarín) y procedimos a instalar el taller en los locales de una asociación vecinal del barrio Granjas de San Pablo.
El primer grupo de alumnas es de 16 mujeres, de edades diversas, que se inscribieron para poder realizar dos semestres completos de formación. Las clases tienen lugar tres días por semana en horas de la tarde. Cuando terminen el segundo semestre, la CSP ayudará a las participantes que lo deseen a organizarse como micro-empresa productora de prendas de vestir (blusas, faldas, ropa interior, ropa deportiva…). Entonces, utilizando las mismas máquinas del proyecto, podrán empezar a comercializar sus productos y así ayudar a sus familias.
Es hermoso ver el entusiasmo con que las alumnas han acogido este proyecto, y también el ambiente de camaradería y solidaridad que se ha ido creando entre ellas. En febrero de 2018, cuando el curso escolar empiece en Colombia, iniciaremos con un nuevo grupo de alumnas, mientras las primeras siguen con su segundo semestre formativo.
Desde aquí queremos agradecer a todas las instituciones y personas que con su aporte nos han ayudado a establecer este centro de capacitación, y nos ayudan a mantenerlo.
En la Comunidad de San Pablo creemos firmemente que el acceso a la educación de calidad, desde la primera infancia hasta los estudios superiores, es la clave indispensable para el desarrollo auténtico y a largo plazo de personas y colectividades. Sin una buena formación, será muy difícil que los sectores más vulnerables de la sociedad salgan de su situación de pobreza. Solo ella proporcionará a estos mismos sectores las herramientas que necesitan para orientar positivamente su propio desarrollo. Es por eso por lo que, desde hace ya mucho tiempo, en la mayoría de lugares donde trabajamos, nos planteamos qué podemos hacer para garantizar el acceso de personas de bajos recursos a una educación académica de calidad.
En esta línea, recientemente hemos iniciado un programa de becas para universitarios en Bogotá. Como ya hemos informado en repetidas ocasiones en este blog, desde enero de 2016 miembros de la CSP estamos trabajando en los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y El Pesebre, del sur de la capital colombiana. Desde entonces, nos hemos ido encontrando con muchos jóvenes de estos barrios que, una vez terminado el bachillerato, quieren ir a la universidad, pero por falta de recursos no pueden realizar su anhelo. Para responder a esta necesidad hemos establecido un programa de becas, mediante el cual en el semestre que está iniciando (que va de agosto a diciembre de 2017) ya estamos colaborando con una docena de jóvenes, facilitando, con pequeñas becas de apoyo, que vayan a la universidad. La mayoría se han inscrito en alguna de las universidades públicas colombianas con sede en Bogotá, cuyos costes son, naturalmente, menores que en las universidades privadas. La beca de la CSP consiste una costear su matrícula semestral y gastos mensuales para transporte y materiales.
De momento se trata de una iniciativa muy modesta que podrá ir creciendo con el paso del tiempo. Nos alegra la ilusión con la que cada uno de los estudiantes que se nos ha acercado ha asumido el reto de ir a la universidad, muy conscientes de que este el mejor camino para su desarrollo personal, y el de su comunidad.
La CSP inicia un nuevo programa de atención a la tercera edad en el barrio El Pesebre de la capital colombiana
Como ya informamos en este blog en su día, el pasado mes de julio de 2016 la Comunidad de San Pablo puso en marcha un programa de refuerzo escolar para niños del barrio El Pesebre de Bogotá. Dicho programa (cuyo doble objetivo es fortalecer académicamente a niños de 8 a 12 años que necesitan ayuda con sus estudios, y a la vez ofrecer un espacio seguro donde puedan ir por las tardes, y evitar así que por estar en la calle caigan en el consumo de estupefacientes) se está desarrollando con toda normalidad desde entonces. Lo que no esperábamos es que tal actividad tuviese un “efecto llamada” que nos llevase a comenzar otro programa: al ver que los locales de la parroquia La Resurrección del barrio se abrían varias tardes por semana para las clases de los niños, algunos ancianos se nos acercaron con una petición muy simple: «–¿Y a nosotros, no nos pueden dar clases también?»
Resulta que varios abuelos y abuelas del sector, que nacieron en departamentos rurales del país y se trasladaron hace muchas décadas a la capital, han tenido una larga vida de duro trabajo que nunca les ha dejado tiempo para su formación intelectual. Algunos son completamente analfabetos, otros saben leer y escribir, pero de manera deficiente, y no tienen demasiados conocimientos de matemática, cultura general, etc.
Buscamos una maestra del mismo barrio que estuviese dispuesta a llevar a cabo esta labor, y a principios de marzo abrimos nuestro nuevo Programa Educativo para el Adulto Mayor. Funciona los sábados por la mañana, y se han apuntado ya una docena de abuelas (¡ellas parecen más interesadas en el asunto!) y un abuelo. No dejan de asistir ni un sábado y son aplicadísimos (de hecho, se toman las tareas y el estudio con mucha seriedad). Es una verdadera alegría verlos semana tras semana, sentados en sus pupitres y estudiando todo lo que, cuando eran niños y jóvenes, no tuvieron la oportunidad de aprender.
La Comunidad de San Pablo abre una sala de refuerzo escolar en el barrio Pesebre de Bogotá
Desde el pasado mes de enero, miembros de la Comunidad de San Pablo trabajamos en la parroquia La Resurrección, ubicada en el sur de Bogotá. El territorio parroquial comprende los barrios La Resurrección, Granjas de San Pablo y Pesebre: se trata de sectores populares de la capital colombiana, de clase trabajadora, mayoritariamente de estrato 2 en la clasificación socioeconómica de la ciudad de Bogotá (que cataloga los barrios de la ciudad de 1 a 6, siendo 1 el de menos recursos y 6 el más acomodado).
Estos sectores enfrentan una notable variedad de retos, desde el hacinamiento de personas en viviendas de poca calidad a las dificultades de las familias por obtener buenos servicios de salud, desde las pocas oportunidades laborales para los jóvenes a la situación de abandono de muchos ancianos… sin embargo, escuchando en diversos encuentros y reuniones a la población de estos barrios, pronto hemos comprobado que un problema preocupa a sus habitantes más que ningún otro: la inseguridad que se vive en sus calles, directamente relacionada con el consumo de substancias estupefacientes por parte de muchos jóvenes, que delinquen para obtener recursos para luego poder consumir drogas. La drogodependencia (a su vez vinculada, obviamente, a la falta de oportunidades que enfrentan aquí muchos jóvenes) es una auténtica epidemia en estos barrios, en los que todo el mundo reconoce la presencia de varias “ollas” (puntos de venta de droga a través de los cuales las redes del narcotráfico distribuyen su producto en las calles de la capital).
Muchas personas nos han hablado de un nuevo y dramático motivo de preocupación: el aumento del consumo de droga entre niños de edades cada vez más tempranas. Si hace unos años los que caían en la drogodependencia eran generalmente jóvenes de dieciséis años para arriba, la necesidad por parte del narcotráfico de ir expandiendo la venta de estas substancias ha hecho que ahora sea común que niños y niñas de nueve, diez y once años ya empiecen a consumirlas.
Sin dejar de reconocer la magnitud del problema y que todos nuestros esfuerzos serán tan sólo una gota de agua en medio de un océano de tremendas proporciones, nos planteamos qué hacer para ayudar, ni que sea de forma muy modesta, a frenar esta tendencia. Y nos propusimos ofrecer clases de refuerzo escolar, por las tardes, en los locales de la parroquia del barrio Pesebre. Empezamos a finales de julio: quince niños de entre 8 y 12 años se inscribieron el primer día, y esperamos que esta labor vaya creciendo. Parte del problema es que muchos niños que van al colegio por la mañana, cuando llegan a sus hogares a las dos o tres de la tarde se encuentran que sus padres no están, pues trabajan —muchos hasta tarde en la noche. Esos niños, entonces, no tienen a nadie que les ayude a hacer sus tareas escolares ni que les impida salir y deambular por las calles hasta el anochecer, lo cual, obviamente, facilita que acaben cayendo en las redes del consumo. Nuestra propuesta es muy simple: ofrecer un espacio en el que estos niños puedan llegar al salir del colegio, y donde se les ayude a avanzar en sus estudios, con refuerzo escolar y sala de tareas, y de ese modo, quizá, evitar que la drogodependencia se adueñe de sus vidas. Acabamos de empezar. ¡Ojalá sea un proyecto de larga duración que dé sus frutos!